Uno de los temas más recurrentes en la sociedad actual es la inseguridad. Cuando hablamos de ella solemos partir de una premisa: hay “gente mala” que actúa contra las reglas, y lo que queda es definir cómo castigarlos. Pero ¿y si no fuera tan simple?
Hay conductas que parecen universalmente inaceptables: robar, matar, abusar. Sin embargo, incluso en esos casos, la interpretación cambia según el contexto. ¿Es lo mismo robar por codicia que por hambre? ¿Es lo mismo matar en defensa propia, en una guerra o en un crimen premeditado? Esto abre otra pregunta más profunda: ¿existe realmente la maldad como condición humana, o lo que llamamos “mal” es en realidad el resultado de contextos sociales, culturales y emocionales?
Muchas veces, el sistema de justicia está planteado más como un castigo que como una solución. Se nos dice que “sin castigo no hay orden”, pero ¿hasta qué punto esa lógica no se parece más a la venganza que a la prevención? Las cárceles, en lugar de transformar, suelen reproducir la violencia. La justicia, al fin y al cabo, responde a un marco de valores establecido por quienes ejercen la autoridad. No es un terreno neutral: define qué está bien y qué está mal desde una perspectiva cultural, histórica y política. Y ahí surge la pregunta incómoda: ¿es justo imponer esos valores como verdad absoluta?
Si partiéramos de la idea de que nadie nace “malo”, la mirada podría ser distinta. Tal vez la inseguridad no sea un problema de personas que “eligieron el mal”, sino el síntoma de un entramado social que falla en dar oportunidades, contención o herramientas. Eso no significa justificar el daño causado, pero sí intentar comprender qué lo origina. Porque tal vez el cambio profundo no pase por endurecer las penas, sino por asumir que cada acto tiene un motivo, y que comprender ese motivo es parte de la solución.
Si seguimos repitiendo la lógica de dividir entre “buenos” y “malos”, el único camino posible es el del enfrentamiento. Tal vez la verdadera seguridad se construya desde otro lugar: el de la inclusión, el de mirar al otro no como enemigo, sino como alguien que, por alguna razón, llegó a actuar así. Y ahí queda la pregunta: ¿qué sociedad queremos? Una que se conforme con castigar, o una que se atreva a transformar.
¿Realmente hay tanta gente mala?