Con los años, noto que aprender no es un acto mecánico. No es sentarse a estudiar, ni acumular datos, ni dominar técnicas. Aprender empieza antes: en aceptar que no sé.
Y ahí es donde muchos —yo incluido— encontramos una barrera.
Hay un momento en que el “no sé” deja de ser un motor y se convierte en un espejo incómodo. El ego se encoge, la incomodidad se instala. Algunos se alejan de esas situaciones. Otros las maquillan para no quedar expuestos.
Yo, todavía, me pongo tenso cuando no sé algo. Pero al menos me queda la espina. Investigo, pregunto, vuelvo. Y aunque no siempre logro disfrutarlo en el instante, encuentro placer en la reconstrucción posterior.
Admiro a quienes viven en paz con el no saber. Quienes se permiten caminar sin mapa, sin que eso les pese. Yo estoy aprendiendo. Y en el mientras tanto, me aferro a no caer en la peor trampa: la de creer que ya sé todo.
Quizás, al final, el verdadero aprendizaje empiece cuando dejamos de defendernos del vacío y nos animamos a habitarlo.
El vértigo de no saber